Una ciudad, con gente maravillosa desde el inicio hasta el final, de sonrisas, de esperanza y exquisitez en su paladar, con un clima envidiable, y una mirada del Sol cada mañana en las playas de arenas eternas, cubierta de esperanza y flores en sus jardines de felicidad.
Mi travesía por el mundo, ha iniciado con la primera parada en Lima. Un vuelo nocturno con una penumbra nublosa; al inicio confundido, diluido por situaciones presentes que desequilibran mi andar hacia mi camino final, pero con la firme convicción de que esa situación temporal era parte constructiva de mi propósito. Y como los grandes retos de la vida, siempre van acompañados de grandes amigos, con corazón y deseos de un mañana mejor.
Fue allí, en ese vuelo de penumbra, en medio de la noche, donde conocimos a Edward, un gran amigo, Cuzqueño de nacimiento, y peruano de gran corazón, intercambiando ideas, opiniones de nuestra gente, nuestras culturas, la idiosincrasia política y las raíces de fusión españolas e indígenas.
La religión como sistema de encuentro emocional, y Dios como eje de cambio social. Intercambio de opiniones en un cielo, donde la penumbra descendió para dar paso a la Luna llena limeña, de resplandor espectacular.
Lima, Luna Llena, Limón, Cebolla Purpura, Ceviche para el corazón.
Después de nuestro aterrizaje en Lima, y sin conocimiento de la belleza de la ciudad, Edward amablemente nos sugirió un hotel en la zona de Miraflores, un distrito, a unos treinta minutos del aeropuerto, donde literalmente desde esa misma noche tuvimos al Sol en nuestras manos y bolsillos, cambiando algo de dinero por la moneda local, el Nuevo Sol Peruano.
Camino desde el aeropuerto, en un taxi con un hombre amable, y valeroso en unas vías con miles de competidores de fórmula uno, en buses, taxis y autos particulares, mirando a nuestro alrededor, identificando marcas de los tiempos de la perubolica, con avisos de leche La Gloria, D’Onofrio y hasta impactados con los famosos carritos sanguicheros, los cuales pasaron de ser un simple alimento callejero, a componentes de la exquisita cocina peruana en fusión.
En nuestro recorrido por una hermosa costa Limeña, observamos con asombro acantilados de barro y roca moldeada de rio, inertes, estáticos ante el tiempo, a la espera de una lluvia que jamás desciende - por efecto del encuentro de las corrientes del Niño que viene desde el norte del continente y su choque con la corriente de vientos de Humboldt venida desde el sur-, dejando una ciudad en un eterno clima primaveral, con jardines de flores regados por el hombre, en gratitud a la hermosa costa que Dios les dejo para soñar.
Finalmente la llegada a nuestro hotel, Miramar, bonito, con ese toque infaltable de gente amable, humilde, y de corazón grande; descansamos.
Con ansias vi la luz del amanecer, dando gracias a Dios por esta oportunidad, tomando puesto en primera fila para salir a explorar la arquitectura de los descendientes de los Incas, tomamos las primeras fotos en el lobby del hotel, y con mapa en mano fuimos en busca de la grandeza del mar.
Al caminar por las calles de Miraflores, se sentía ese aroma diferente de una metrópolis latinoamericana fusionada con el mar, con árboles, flores veraneras de muchos colores e impactados por la arquitectura colonial, desarrollada con adobe y tacto espiritual.
Que verraquera!, fue nuestras primeras palabras al ver el malecón de Miraflores, detenido al filo de un acantilado, enmarcado de flores, jardines, y un faro de la marina de antaño. Después de un caminar, decidimos tomar un taxi, y fue allí donde conocimos a Erwin, un humilde taxista, quien hizo todo lo posible para que nos lleváramos a Lima en el corazón, llevándonos por la arquitectura colonial del Distrito de Barrancos, y después de hablar la vocación culinaria de Perú, accedimos a probar el tradicional Ceviche Peruano.
Moisés, nombre de nuestro último protagonista, un Moisés Peruano, que con la mas grande delicadeza, inspiración y sabor, nos dejo en nuestros paladares la decisión final de retornar a Lima a ensanchar los lazos de amistad, a visitar mis amigos, esos que son orgullosos de su país, su ciudad y trabajan con el corazón.
Gracias a Dios, al equipo en tierra y tripulación de LAN, al personal del Hotel Miramar en Lima, a Edward, a Erwin a Moises, conociendo gente amable, con el amor de Dios en sus corazones, y dejarnos esa nostalgia por regresar.
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